Hace frio, mucho frio. Tiemblo con
espasmos que no logro controlar. El sudor en la frente, la espalda,
el pecho, los pies helados, húmedos, los músculos tensos. Debo haberme quedado dormido porque
despierto y veo que la lámpara de la veladora, sobre el cajón de
verduras que oficia de mesa de luz, está incandescente. La apago.
espasmos que no logro controlar. El sudor en la frente, la espalda,
el pecho, los pies helados, húmedos, los músculos tensos. Debo haberme quedado dormido porque
despierto y veo que la lámpara de la veladora, sobre el cajón de
verduras que oficia de mesa de luz, está incandescente. La apago.
Rápidamente la enciendo, tiemblo, mi
sombra se refleja en la pared a mi izquierda pero con imagen
fantasmal, gigante, grotesca, deformada. Así siento mi rostro, mis
ojos que entreabiertos me buscan, se buscan, en la imagen reflejada
en la pared.
sombra se refleja en la pared a mi izquierda pero con imagen
fantasmal, gigante, grotesca, deformada. Así siento mi rostro, mis
ojos que entreabiertos me buscan, se buscan, en la imagen reflejada
en la pared.
La mancha de humedad sigue allí pero
hoy tiene forma de dragón. Lanza una bocanada de fuego
que parece detenerse a milímetros del gran pañuelo azul, recuerdo
de mi último viaje de negocios por Medio Oriente, que cuelga de la
pared a modo de cortina sobre la pequeña ventana con banderola. La
llama se apaga, la mancha se desdibuja, mi brazo levantado hace que
la sombra se mueva, refleja por encima de la improvisada cortina y
casi toca al dragón.
hoy tiene forma de dragón. Lanza una bocanada de fuego
que parece detenerse a milímetros del gran pañuelo azul, recuerdo
de mi último viaje de negocios por Medio Oriente, que cuelga de la
pared a modo de cortina sobre la pequeña ventana con banderola. La
llama se apaga, la mancha se desdibuja, mi brazo levantado hace que
la sombra se mueva, refleja por encima de la improvisada cortina y
casi toca al dragón.
Duele el brazo y las piernas. No puedo
controlar el temblor. La penumbra del dormitorio hace suponer que ya
es de noche pero no tengo idea de que hora puede ser. Me levanto. Me
mareo, camino a los tumbos hacia el baño, enciendo la luz, me
inclino hacia el grifo para beber un sorbo de agua. Mi lengua está
pastosa, blanca, mi garganta seca, mis labios resquebrajados. Estoy
descalzo pero no siento mas frío que en la cama. Me incorporo: la
imagen que me devuelve el espejo no es mía, ese no es mi rostro!
Rojo, los pelos parados, duros, húmedos por la transpiración, los
ojos achinados, rojos, arden al intentar fijar la vista en esa imagen
de un tipo en el que no me reconozco.
controlar el temblor. La penumbra del dormitorio hace suponer que ya
es de noche pero no tengo idea de que hora puede ser. Me levanto. Me
mareo, camino a los tumbos hacia el baño, enciendo la luz, me
inclino hacia el grifo para beber un sorbo de agua. Mi lengua está
pastosa, blanca, mi garganta seca, mis labios resquebrajados. Estoy
descalzo pero no siento mas frío que en la cama. Me incorporo: la
imagen que me devuelve el espejo no es mía, ese no es mi rostro!
Rojo, los pelos parados, duros, húmedos por la transpiración, los
ojos achinados, rojos, arden al intentar fijar la vista en esa imagen
de un tipo en el que no me reconozco.
Miles de pensamientos atraviesan mi
mente, descontrolados, sin sentido, reaparece el dragón y su fuego y
la playa de enormes olas y agua extremadamente salada donde surfeaban
centenares de intrépidos hombres y mujeres que desafiando a las
rocas corrían las olas por horas. y mas horas. Camino lento hacia la cocina,
el reloj viejo, de pared, sobre la mesada de azulejos celestes y
blancos, rotos, carcomidos por los años. Recuerdo cuando le pinté
un pequeño pingüino en medio de las agujas, recuerdo mi primer
encuentro con el software libre que impactó y cambió mi forma de
ver el mundo. Tux, el pingüino, me mira, sonríe: “cómo hace para
reír siempre y en todo momento?”
mente, descontrolados, sin sentido, reaparece el dragón y su fuego y
la playa de enormes olas y agua extremadamente salada donde surfeaban
centenares de intrépidos hombres y mujeres que desafiando a las
rocas corrían las olas por horas. y mas horas. Camino lento hacia la cocina,
el reloj viejo, de pared, sobre la mesada de azulejos celestes y
blancos, rotos, carcomidos por los años. Recuerdo cuando le pinté
un pequeño pingüino en medio de las agujas, recuerdo mi primer
encuentro con el software libre que impactó y cambió mi forma de
ver el mundo. Tux, el pingüino, me mira, sonríe: “cómo hace para
reír siempre y en todo momento?”
Faltan diecisiete minutos para las
cuatro de la mañana por lo que calculo que debo haber dormido como
cinco horas. Los labios resquebrajados, la lengua pastosa, la
garganta molesta. Tomo el vaso que desde anoche espera a un azulejo y
medio del reloj. Tiene vino, no puedo tirar medio vaso de vino pero
tampoco puedo tomarlo. Lo dejo. Abro la canilla y me inclino hacia el
chorro de agua que bebo como lo hacían en las películas en blanco y
negro de mi niñez todos los tipos que venían del desierto. Todos
tenían cara de muertos vivientes y se inclinaban mas o menos como
debo estar haciéndolo ahora. Salpico, mi remera se moja y el agua se
mezcla con el sudor de mi pecho.
cuatro de la mañana por lo que calculo que debo haber dormido como
cinco horas. Los labios resquebrajados, la lengua pastosa, la
garganta molesta. Tomo el vaso que desde anoche espera a un azulejo y
medio del reloj. Tiene vino, no puedo tirar medio vaso de vino pero
tampoco puedo tomarlo. Lo dejo. Abro la canilla y me inclino hacia el
chorro de agua que bebo como lo hacían en las películas en blanco y
negro de mi niñez todos los tipos que venían del desierto. Todos
tenían cara de muertos vivientes y se inclinaban mas o menos como
debo estar haciéndolo ahora. Salpico, mi remera se moja y el agua se
mezcla con el sudor de mi pecho.
Abro la heladera. Dos huevos, un trozo
de manteca de vaya a saber cuantos meses atrás, en el cajón de la
verdura una zanahoria negra, reseca, una naranja, tres limones, el
frasco de gotas para el hígado en la puerta (ese siempre está,
lleno, esperándome, sabe que vengo a buscarlo con mucha dificultad
cada vez que me emborracho), sobre uno de los estantes una raíz de
gengibre. Me gusta utilizarlo para sazonar las carnes al horno y los
guisos. También para masticarlo cuando paso la noche entera sin
dormir. Es un excelente levantador de defensas, ni que hablar que
sabrosísimo resaltador de los sabores de la comida y lo mastico
desde hace años. Esto lo aprendí en uno de mis primeros viajes de
estudio a Brazil. Allá lo mastican pero acaramelado, con azúcar por
fuera que hace que el intenso sabor picante, mezcla de limón con
pimienta, se haga esperar un poco mas. Lo mastican como en Perú la
hoja de coca, para aumentar la resistencia a las horas sin dormir, al
trabajo o para lograr mejores niveles de concentración en los
estudios.
de manteca de vaya a saber cuantos meses atrás, en el cajón de la
verdura una zanahoria negra, reseca, una naranja, tres limones, el
frasco de gotas para el hígado en la puerta (ese siempre está,
lleno, esperándome, sabe que vengo a buscarlo con mucha dificultad
cada vez que me emborracho), sobre uno de los estantes una raíz de
gengibre. Me gusta utilizarlo para sazonar las carnes al horno y los
guisos. También para masticarlo cuando paso la noche entera sin
dormir. Es un excelente levantador de defensas, ni que hablar que
sabrosísimo resaltador de los sabores de la comida y lo mastico
desde hace años. Esto lo aprendí en uno de mis primeros viajes de
estudio a Brazil. Allá lo mastican pero acaramelado, con azúcar por
fuera que hace que el intenso sabor picante, mezcla de limón con
pimienta, se haga esperar un poco mas. Lo mastican como en Perú la
hoja de coca, para aumentar la resistencia a las horas sin dormir, al
trabajo o para lograr mejores niveles de concentración en los
estudios.
En otro de mis viajes un viejo chamán
a quien visité por varios meses conviviendo en la reserva donde el
gobierno entendió que era el mejor lugar para “preservar su habitat natural”, en la selva subtropical pero al margen de la
ruta, me pasó uno de sus secretos: una tizana de gengibre con canela
y clavo es una de las mejores infusiones para levantar las defensas,
para sentirse mejor. Me gusta acompañarlo con algo de miel. Además
de todas sus propiedades terapéuticas es fuerte pero delicado.
Suavemente endulzado y con un aroma delicioso.
a quien visité por varios meses conviviendo en la reserva donde el
gobierno entendió que era el mejor lugar para “preservar su habitat natural”, en la selva subtropical pero al margen de la
ruta, me pasó uno de sus secretos: una tizana de gengibre con canela
y clavo es una de las mejores infusiones para levantar las defensas,
para sentirse mejor. Me gusta acompañarlo con algo de miel. Además
de todas sus propiedades terapéuticas es fuerte pero delicado.
Suavemente endulzado y con un aroma delicioso.
Busco canela en rama. Estoy seguro que
tiene que haber un poco en el segundo cajón del aparador. Saco
guaco, salvia, menta, hojas de laurel, romero y entre toda esa
cantidad de hojas encuentro unas ramitas de canela (prefiero
utilizarla en rama, en polvo me gusta mucho sobre la crema que hacía
mi abuela y que luego intenté, con bastante éxito, hacer por mis
propios medios). No hay clavo de olor. Está la bolsita con su
inconfundible aroma pero no queda ninguno.
tiene que haber un poco en el segundo cajón del aparador. Saco
guaco, salvia, menta, hojas de laurel, romero y entre toda esa
cantidad de hojas encuentro unas ramitas de canela (prefiero
utilizarla en rama, en polvo me gusta mucho sobre la crema que hacía
mi abuela y que luego intenté, con bastante éxito, hacer por mis
propios medios). No hay clavo de olor. Está la bolsita con su
inconfundible aroma pero no queda ninguno.
Enciendo la hornalla, pongo sobre el
fuego la vieja tetera de plata que compré en la feria, agrego una taza de
agua, quiebro dos ramitas de canela y la introduzco en la tetera. Con
el rayador para nuez moscada y que en algunos momentos oficia de
desmorrugador rayo la mitad del trozo de raíz de gengibre. Espero a
que rompa el hervor, unos minutos mas y apago el fuego. Espero diez
minutos, lo dejo reposar y lo vierto sobre la tasa que había quedado
al lado del vaso de vino muy cerca de Tux que seguía sonriendo y
mirando con atención cada uno de mis movimientos.
fuego la vieja tetera de plata que compré en la feria, agrego una taza de
agua, quiebro dos ramitas de canela y la introduzco en la tetera. Con
el rayador para nuez moscada y que en algunos momentos oficia de
desmorrugador rayo la mitad del trozo de raíz de gengibre. Espero a
que rompa el hervor, unos minutos mas y apago el fuego. Espero diez
minutos, lo dejo reposar y lo vierto sobre la tasa que había quedado
al lado del vaso de vino muy cerca de Tux que seguía sonriendo y
mirando con atención cada uno de mis movimientos.
Cuando la tisana está tibia agrego una
cucharada de miel, la tomo casi con desesperación. La sed ha vuelto
a secar mi lengua, mi garganta acusa recibo del impacto del picante
del gengibre y el sabor sólido, robusto pero algo dulzón de la
canela.
cucharada de miel, la tomo casi con desesperación. La sed ha vuelto
a secar mi lengua, mi garganta acusa recibo del impacto del picante
del gengibre y el sabor sólido, robusto pero algo dulzón de la
canela.
Vuelvo a la cama. Me recuesto sobre mis
almohadas y me dispongo a leer, o releer, ese libro que hace mas de
dos meses me prestó Candela,: «El libro de los seres imaginarios». A Borges siempre me gusta releerlo. Luego de no mas de media hora
de lectura comienzo a tener sueño, parpadeo, los ojos parecen
comenzar a deshincharse, los pies ya no están fríos, el pecho no
está empapado ni mis manos ni mi frente. Ya no tiemblo. Cierro el
libro con el marcador de cuero con el dibujo del dragón rojo
lanzando fuego. Apago la luz. Quito una almohada. La fiebre bajó.
almohadas y me dispongo a leer, o releer, ese libro que hace mas de
dos meses me prestó Candela,: «El libro de los seres imaginarios». A Borges siempre me gusta releerlo. Luego de no mas de media hora
de lectura comienzo a tener sueño, parpadeo, los ojos parecen
comenzar a deshincharse, los pies ya no están fríos, el pecho no
está empapado ni mis manos ni mi frente. Ya no tiemblo. Cierro el
libro con el marcador de cuero con el dibujo del dragón rojo
lanzando fuego. Apago la luz. Quito una almohada. La fiebre bajó.
1 comentario
Graciela · 29 agosto, 2010 a las 3:42 pm
Enrique, un placer que te hayas decidido a escribir. Me gustó el cuento y lo copié. Muy intimista y ameno en su lectura, seguí.
Los comentarios están cerrados.