Hace unos días escribía sobre el “Palito de Selfie” y pensaba en sociedades hostiles, soledades humanas tras un mundo globalizado gracias, en mayor medida a la tecnología. Y casi como continuación de ello se me vuelven a venir una serie de imágenes que intento ordenar por aquí.
Muchos de estos seres han nacido en el campo, luego viajado a la capital para hacerse profesionales, sufrido el desarraigo y recibido pascualina, milanesas, carne al horno, empanadas, tortas fritas y frutas, en la terminal de buses una vez a la semana.
La gran mayoría veranean en el océano año a año, porque lo necesitan para lograr sobrellevar el siguiente año, aman el contacto con la naturaleza, la pacha mama entienden les cura. Sin embargo no logran diferenciar un gorrión de un hornero, al que estudiaron en la escuela; o un tero, ave nacional, de la escuela también, de una paloma torcaza. Todos son gaviotas para ellos: presumo o quiero creer que es porque al menos han leído a Juan Salvador.
Todos son «militantes sociales», muchos hablan todo el tiempo de la “sociedad civil”. Cuando hacen “trabajo social” con los «diferentes» se ponen ropajes viejos y medio rotos. Al salir de esa militancia, calzarse sus ropajes importados, adquiridos en lujosos locales de shopping centers.
Indefectiblemente marchan codo a codo con los diferentes colectivos vulnerables: LGBT, mujeres golpeadas, etc. Al final de la marcha, por ejemplo, se hacen una pasada por uno de esos hoteles con espejos en el techo (para verse con el “amor de su vida” o con la secretaria) para luego, peinados y perfumados, llegar al hogar donde les espera su pareja, con quién se besarán y dormirán abrazados, sus hijos, con quienes comentarán del «cole» y los «chicos del club»
Cuando se cruzan con su amigo, amiga o pareja y ven que lloran desconsolados por un amor que no fue, por la muerte de un ser querido o porque si no más, ellos relatan alterados, muchas veces poniendo el “grito en el cielo”, lo enfurecido que les pone ver que su esposa le ponga «Me gusta» a algo que publicó en alguna red social de un tipo que “seguramente le gusta, quiere tener algo con él, por algo está pendiente de sus publicaciones”. Días antes habían entablado un vínculo con una «personal trainner», en la misma red social, con la excusa de necesitar apoyo profesional, claro que eso no se lo cuentan a quien llora, menos aún se interesan por el dolor del otro. Pero eso es otra cosa, eso es “cierto” y para nada hay intereses ocultos tras esa conversación.
Nunca supieron y dudo que alguna vez logren saber el nombre de ese árbol bajo el que, mirando el mar, dijeron con un dejo de dulzura «te amo hasta el infinito y mas allá» al ser humano al que dijeron haber elegido como compañero de ruta. Que claro está sabemos que no es esa ruta que la sociedad pacata, católica, apostólica y cristiana, de “hasta que la muerte los separe”.
Entran en pánico si ven zumbar un moscón y mucho mas pánico les genera si de desinfla una rueda de su 4×4. Al gurí descalzo, con la panza vacía, víctima probablemente de violencia domestica, sentado mirando la escena, ellos no le ven. Sufren, sufren en serio, no lo actúan, por el pinchazo; por el gurí no. Al otro gurí que tira pelotas al aire o pasa el lampazo en el parabrisas, o simplemente pide una moneda o no lo miran o lo echan: no puedo dejar de pensar en “El Imbécil” de Leon Gieco, disculpen que me vaya para la música, ya vuelvo.
A la sirvienta, la esclava de los tiempos modernos, hoy devenida en empleada doméstica y que gracias a la decisión política de la fuerza que hoy gobierna mi país, tiene derechos! no le hacen los aportes sociales, le dicen «la chica» (no saben tan siquiera su nombre) y le culpan de cuanta cosa está sucia, rota o que no logran encontrar en sus casas. De tanto en tanto entran en estado de furia porque “no se consiguen empleadas, son todas iguales y la mayoría te miente y roba”
Les impacta una fotografía de un desnudo artístico y mas aún si es pornográfico. Poco o nada hablan de la pornográfica guerra, pornográfica hambre de la mayoría de niños en la tierra o la pornográfica forma en que los medios masivos nos «informan» sobre hechos de violencia.
El estrés laboral es muy, mucho mayor, que el generado por los miles de autos a la salida del mismo trabajo; todos corriendo y sin respetar reglas de tránsito y menos aún de mínima convivencia civilizada. Corren, resoplan, se enojan, se despeinan. Al final ellos dicen que hay un premio: ganaron dos minutos para mirar la serie norteamericana en el canal de cable, por ejemplo.
Dicen tener vidas sexuales plenas, no entienden como el resto de la gente no la tiene; se los dijo su terapeuta (al que claro no le contaron que fueron al hotel de espejos, o que simularon un orgasmo o que no saben que es o como satisfacer a su pareja o que ni idea tienen de que cosa placentera es auto satisfacerse) y es palabra santa: los terapeutas de hoy son los curas o profetas de otrora. Ojo, se lo que estás pensando: no, no reniego de los terapeutas, es un comentario y está claro que una cosa no va de la mano de la otra.
Odian que les vean sin arreglarse, pasan horas entre cremas, espejos, ropa que combine y que la marca sea de las de las revistas de moda. Odian no entender porque carajo se tapan los caños con pelos; si: de los que caen de las interminables sesiones de peinados, planchitas, secadores de cabellos y otras yerbas. Y no saben que hacer y entonces se vuelven a amargar y sufren porque “me pasa todo a mi” y deben salir en búsqueda de un sanitario o cualquier otro “simple mortal”, un poquito mas ducho, que se arremangue y los saque.
No toleran tan siquiera mirar un tupper, así les gusta decirles, aún si es el tacho de helado de un litro que guardaron para eso, menos aún olerlo, cuando la comida que allí guardaron se descompuso. Nunca se cuestionarán ni solos ni ante su analista, el porqué no se indignaron por haber dejado eso pudrir, justo el mismo día que en las redes sociales publicaban bellas frases contra el imperio y su culpa por los millones de niños que mueren de hambre al año.
Si, es cierto,es sería tonto negarlo: son bichos muy raros para mi. No logro entenderles. Son ambiguos pese a que su terapeuta se ocupa, al fin y para eso les pagan, de decirles que van bien. Que el problema, el problemas señores, son los otros.
Pero hay algo cierto, muy cierto, y una vez mas, como en otros textos que he tenido el tupé de escribir, pido disculpas a los profesionales de las Ciencias Sociales. Lo cierto es que están ahí, nos rodean, convivimos con ellos, nos hacen muchas veces cuestionarnos, o sentirnos raros por conocer al tero y la paloma torcaza, o por no asustarnos con el moscón, o porque a «la chica» la llamamos por su nombre. O por pensar que el gurí con hambre siempre es mas importante que el shopping o el pinchazo de la rueda.
Y quieren convencernos de que somos «resentidos sociales» y de que es mas importante el haber sido “engañados” con el “Me gusta” por su pareja, y del que “van a decir mis conocidos cuando vean eso? Dirán que me metés los cuernos virtuales!”, o peor y esto es pura culpa de Zuckerberg, (como tantas otras culpas, pero de esas otras, de las reales, hemos escrito muchas veces antes) el corazón enorme que se usa para decir «Me encanta». Todo eso es muchísimo mas importante que la vida de un ser humano que sufre o muere sobre esta tierra.
Pero lo que veo, siento, pienso, me cuestiono, como lo mas jorobado e importante: convivimos con esos seres, todos estamos parados sobre el mismo planeta, no hay estadística – al menos que conozca – pero por ahí hasta son la mayoría, y es con ellos, con esos seres con los que nos separan decenas de diferencias, con quienes tenemos que juntarnos a pensar en el mundo mejor, mas sano, humano y solidario que todavía algunos “anticuados”, creemos que es posible.
Con los hippies modernos debemos sentarnos en torno a un fogón, contarles que el olor a humo es bello, que no importa si tapa su fragancia francesa, abrazarnos, mirarnos a los ojos y decirnos: bo! al hombre nuevo del que hemos leído, y por eso la foto del Che en la biblioteca, remera, oficina o colgado en una pared de la casa, de ese que no dudo sea el hombre y la mujer que queremos todos que sea mayoría entre los casi siete mil millones de seres humanos sobre esta tierra, o lo hacemos entre todos o no lo hacemos.